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El tarantismo y la guitarra en España en la segunda mitad del siglo XVIII

Atualizado: 18 de out. de 2023

En 1778, un artículo publicado en el Diario de Madrid dejaba constancia de la preocupación de la población española por las mordeduras de las tarántulas, un fenómeno, conocido por tarantismo, que podría haber surgido en el siglo XV en la ciudad de Taranto, localidad situada en la región italiana de Abulia o Pulla [1]. El texto relata también la siguiente historia del “Dr. D. Miguel Bea de Navarra, médico de esta Corte y de la Real Fábrica de la China”:


Se le presentó en las habitaciones bajas uno de aquellos operarios con cierto animalillo, que al estar tocando la guitarra diferentes tocatas, se le fue subiendo por el vestido aceleradamente, pero con cierto movimiento mesurado. […] Tocáronse varias tarantelas; y desde luego se notó pasearse, y como suspenderse al principio; y tomar luego un movimiento rápido y acompasado […]. Para aquietar los ánimos de algunas personas sobradamente crédulas, diremos que este insecto es poco común, en todas partes; y en Madrid siempre se ha tenido por rarísimo. […] Desearíamos desterrar todo temor en esta parte y especialmente persuadir a las Señoritas aficionadas a la música que sigan ejercitando su habilidad al clave o guitarra con todo sosiego, sin recelar que a ésta o a otra sonata se aparezca alguno de estos animalejos, de que tanto se habla en el día” [2].


Para muchos médicos del periodo, el tratamiento adecuado para curar los síntomas de una eventual mordedura pasaba por la utilización de la música de la tarantela. Vicente de Aguilera, cirujano titular de la Villa de Manzanares, explica este método de curación en una publicación de finales del siglo XVIII:


Cuando se hallan postrados los pacientes en la cama, poseídos del sopor y total inacción, se les principia a tocar el referido tono, y se observa, en unos más pronto que en otros, que empiezan a mover dedo, mano, pie, rodilla, o cabeza; seguidamente va comunicándose aquel movimiento de convulsión por las extremidades, abren los ojos, se empiezan a desarropar, se sientan en la cama, y últimamente se arrojan de ella, dirigiéndose al eco de la guitarra con la vista fija al tocador, bailando sin perder un punto el compás, y avivándole o retardándole según lo ejecuta el tocador […]. Para que con más prontitud curen, se sigue tocándoles hasta que a beneficio de dicha medicina y su efecto se empiezan a despejar, toman algún alimento con sosiego, y los mismos pacientes supliquen les toquen la tarantela para recobrarse con mas brevedad; de este modo aquel que no se restablece a los cinco o seis días, muere sin remedio” [3].


Este tipo de tratamiento era una práctica bastante habitual en el siglo XVIII. La obra del doctor Francisco Xavier Cid (médico titular del Arzobispado de Toledo y del cabildo de su catedral), titulada el Tarantismo observado en España, en que se prueba el de la Pulla…, contiene 35 historias de tarantulados. En una de ellas, Cid cuenta que gracias a varios habitantes del pueblo de Almodóvar del Campo (Castilla-La Mancha), que eran aficionados a tocar la guitarra, fue posible salvar a un paciente atarantado:

Fue fortuna estar este pueblo provisto de aficionados a tocar la guitarra, y todo fue menester, pues entre todos ellos sufrieron el cansancio de estar casi de continuo tocando ocho días que duró el bailar al mordido de la tarántula; con cuyo violento sudar saltaba copiosamente, que no haber sido por los caldos y biscochos que de tiempos en tiempos le socorrían, hubiera perecido bailando y sudando” [4].


Ilustración - Tarantelas para guitarra [5]



Según Xavier Cid, el fallecimiento de varias personas debido a las mordeduras de las tarántulas provocó el aumento del número de intérpretes de tarantelas en Castilla-La Mancha:


En esta provincia han muerto algunos por no haber quien les tañese, y otros porque se llegó tarde. Hoy se ha extendido mucho su uso, y apenas habrá pueblo en ella donde no se hallen algunos que la sepan tañer sea en guitarra ó violín" [6].


Para este doctor, aunque la guitarra y el violín eran los instrumentos más habituales en estos tratamientos, se podrían obtener los mismos resultados con la zampoña o flauta pastoril, la zambomba y el rabel. No obstante, señala que otros instrumentos con un sonido más “agudo y penetrante”, como las chirimías, las dulzainas, el clarín y el clarinete serían más efectivos [7]. Cid cuenta algunas historias de tarantulados relacionadas con la guitarra, como la que ocurrió a un habitante de Valdepeñas, llamado Juan, que en 1760 había sido picado por una tarántula. Con el fin de iniciar su cura fue convocado el cantero Nicolás, que empezó por interpretar un fandango en su "vihuela" (guitarra) y más tarde unas folías, música que no produjo el efecto deseado ya que Juan seguía sin moverse. Pero cuando Nicolás empezó a tocar una tarantela el paciente “se puso de pies”, “sacudió la desidia forzosa” y danzó sin perder el compás de la música. Tras siete días de baile Juan expelió el veneno [8]. En 1782 fueron mordidos otros dos habitantes de Valdepeñas, un muchacho y una mujer. El guitarrista Nicolás ya había perecido por esas fechas, de modo que llamaron a Joseph del Espirito Santo, Vicario del colegio de Valdepeñas de los Trinitarios Descalzos. Joseph, que “toca con perfección” la tarantela, fue a la casa de los tarantulados con la "vihuela-" y “aquellos troncos comenzaron a rebullirse, con tal garbo que era la admiración de todos. Al fin a fuerza de sudar sanaron” [9]. A finales del mes de agosto de 1782, Tomás García de Rompegalas, de 40 años de edad, también había sufrido el ataque de una tarántula. El médico Cayetano Eclar y Muxillo visitó la casa del paciente en Miguelturra (localidad situada en La Mancha, muy cerca de Ciudad Real), donde se encontraba Juan Cerda “templando una guitarra”. Juan, también vecino de Miguelturra, comenzó a tocar una tarantela y poco después el enfermo empezó a moverse “guardando el compás del tañido”. Esta primera sesión duró dos horas, hasta que Tomás cayó de cansancio. Al día siguiente, tras una nueva sesión de música y baile, Tomás acabaría por sanarse [10]. Otra de las historias nos conduce al pintor Fulgencio que, en el verano de 1782 y en su papel de guitarrista, fue convocado de urgencia para sanar a su vecino Manuel de Córdoba. Fulgencio empezó por tocar un “fandango, seguidillas y otros sones”, pero el enfermo permaneció inmóvil. Acto seguido, tañó una “Tarantela, que es mixto de fandango y folías, y sin reparar en cosa tiró de la ropa y principió a bailar con tanta ligereza y sin perder el compás, que no lo ejecutará el más diestro bailarín, riéndose la gente de ver bailar a un hombre que jamás le habían visto bailar y llevar el compás con tanta perfección”. El tratamiento siguió por la tarde hasta que, en la mañana siguiente, la música dejó de provocar el baile del paciente porque este ya se había recuperado [11].


A lo largo del siglo XVIII, varios médicos escribieron sobre el tarantismo, como por ejemplo el italiano Gerogi Baglivi, que también realizaba investigaciones que incluían la música y la guitarra en el tratamiento de la enfermedad [12]. Hacia finales del siglo XVIII, Diego de Torres Villarroel confirma la relación, que se viene documentando aquí, entre la mordedura de la tarántula y la práctica de la guitarra:


¡Válgame Dios! como me acuerdo de aquel tiempo […] en que era yo pobre de los de tercera especie, y desamparado de cuarta anatema, cuando divertía al estómago rascándole la barriga a la guitarra de mi compañero Gilberto […] queriendo curar el hambre, como si fuera mordedura de tarántula, con las consonancias de la música" [13].


La utilización de la guitarra en el tratamiento del tarantismo parece haber sido habitual bastantes años después de las palabras de Villarroel. En un artículo de 1943, la investigadora Isabel Gallardo De Álvarez recuerda de su niñez una curiosa copla, que transcribe al final de la siguiente explicación:

Como en nuestra niñez no había muchacha que se estimase en algo, tanto en La Serena [pueblo de Extremadura] como en los pueblos ‘siberianos’, que no aprendiese a tocar la guitarra, nosotros también tomamos lecciones de dicho instrumento, aprendiendo, entre otras cosas, a tocar la tarantela; pero, por más que lo intentamos, no conseguimos recordarla. Solamente nos vienen a la memoria las siguientes coplas alusivas de indiscutible factura popular:


Si acaso te pica la

Tatarantela, tendrás que

bailarla con una

‘vigüela’.

Si la tarantela te

‘llega’ a picar con

una ‘vigüela’ la tiés

que bailar” [14].


[1] SCHWANDT, Erich. “Tarantela”. En: The New Grove Dictionary of Music and Musicians, vol. 18, Stanley Sadie (ed.), Londres, Mac Millan, 1980, p. 575.

[2] Diario de Madrid, 8 de Agosto de 1787, nº 404, p. 159.

[3] AGUILERA, Vicente. "Descripción de la tarántula, y picadura y efectos que causa…". En: Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid…, Tomo 12, Madrid, Imprenta Real, 1787, p. 575.

[4] XAVIER CID, Francisco. Tarantismo observado en España, en que se prueba el de la Pulla, dudado de algunos, y tratado de otros de fabuloso…, Madrid, Imprenta de González, 1787, p. 174.

[5] Ibid, sin página (entre las pp. 14 y 15).

[6] Ibid, p. 290.

[7] Ibid, p. 96.

[8] Ibid, p. 153.

[9] Ibid, pp. 153-154.

[10] Ibid, pp. 180-182.

[11] Ibid, pp. 137-138.

[12] ALMENDROS TOLEDO, José M. “Un caso de tarantismo en Mahora”. En: Al-Basit: Revista de estudios albacetenses, 1987, nº 20, p.206. 13

[13] TORRES VILLARROEL, Diego de. Sueños morales, visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo, por Madrid…, Madrid, imprenta Don Joseph Doblado, 1796, p. 240.

[14] GALLARDO DE ÁLVAREZ, Isabel. “De Foklore”, En: Revista de estudios extremeños, 3 de septiembre/diciembre de 1943, p. 295.


©Ricardo Aleixo

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